Con el tiempo, el terror ha dejado de limitarse a lo monstruoso visible y ha encontrado nuevas formas de manifestarse. Tendencias como el ya conocido body horror han abierto el espacio a narrativas que incomodan desde lo corporal o lo íntimo. En ese contexto, Aislinn Clarke, directora de Fréwaka (2024), presenta una propuesta particular: un terror que abraza lo mítico para explorar problemas relacionados al trauma generacional, duelo, trastornos mentales y vínculos entre madre e hija. Por eso, aunque la película se nutre de los mitos del folclore irlandés, sería un error considerarlos como su único eje narrativo. Funcionan más bien como punto de partida para contar una historia mucho más compleja, como sucede en Midsommar (2019), uno de los ejemplos más representativos del folk horror contemporáneo.
Sin duda, Fréwaka no es la primera película en retomar el motivo del folclore irlandés ni en recurrir a figuras míticas como las aes sídhe (hadas). Otras producciones irlandesas ya lo habían hecho, como The Daisy Chain (2008) y The Secret of Kells (2009), esta última en el ámbito de la animación. En el caso de Fréwaka, las aes sídhe no se presentan de forma directa desde el inicio. Más bien, su presencia se sugiere a través de pequeñas pistas. Este detalle puede pasar desapercibido para un público que no esté familiarizado con el folklore irlandés. Aun así, eso no impide que se perciba el carácter sobrenatural de la película. Los eventos están cuidadosamente construidos, tanto en el sonido como en la composición visual, incorporando elementos como una iconografía religiosa constante, acompañada de extrañas alucinaciones que potencian la atmósfera inquietante.
Más allá de lo sensorial y simbólico, la película nos presenta la historia de tres generaciones de mujeres. En la primera secuencia se nos sitúa en el año 1973, durante la boda de Paige (Grace Collender) y Daithí (Mícheál Óg Lane). Desde ese inicio se construye un ambiente sobrenatural, y es así como se nos presenta la desaparición de Paige. Tras ese suceso, vemos ahora la historia de otra mujer. Esa escena es, probablemente, uno de los momentos más terroríficos de toda la película, en el sentido más directo del concepto de terror: una secuencia plagada de iconografía religiosa, que lejos de ser reconfortante, tiene un fin perturbador, casi como si se tratara de un culto o algo maldito. La mujer, que al parecer entona un cántico a la virgen, decide suicidarse.
La siguiente historia nos presenta a dos mujeres que son pareja: Shoo (Claire Monnelly) y Mila (Aleksandra Bystrzhitskaya), quien está embarazada. En medio de bromas, descubrimos que Shoo es la hija de la mujer que se suicidó, y que nunca tuvieron una buena relación. Ambas están ahí para ordenar la casa y desechar lo que no sirva, pero Mila tiene que irse para trabajar como cuidadora de una mujer anciana que vive en una zona rural.
Desde su llegada al pueblo, Shoo no es bien recibida. Un detalle destacable es que ella habla y comprende gaélico, la lengua celta oficial de Irlanda. Esto resulta fundamental, ya que desde el primer momento los habitantes del lugar intentan excluirla a través del lenguaje e incluso la animan a marcharse. Shoo, por su parte, está decidida a quedarse, pese a que incluso la mujer a la que debe cuidar parece rechazar su presencia. La aparición de este personaje no es aleatorio, pues cuando se presenta se revela que se trata de Paige, la misma que desaparece en la primera escena de la película. Paige encarna el estereotipo de la “mujer loca”, producto de una experiencia sobrenatural que la ha dejado marginada: asegura haber sido secuestrada por criaturas míticas, las aes sídhe, y sostiene que aún viven debajo de su casa.
Una vez instalada, Shoo comienza a experimentar fenómenos extraños, que al principio atribuye a su salud mental. Gracias a una fotografía impresionante y planos cargados de tensión, la casa adquiere una presencia casi viva, arrastrándola hacia la misma paranoia que aqueja a Paige. Explorando el hogar, Shoo descubre una puerta roja cerrada con llave. A partir de ese momento, la fuerza de lo natural se intensifica e incluso llega a ver las sombras de estas criaturas. Al compartir el mismo miedo de Paige, surge entre ellas una conexión inesperada. Así, lo que comenzó como una relación impuesta evoluciona hacia un vínculo íntimo, un encuentro entre dos generaciones de mujeres atravesadas por el trauma. Este encuentro cobra aún más sentido cuando Paige descubre que Shoo tiene una pareja mujer y que están esperando un bebé. Aunque le asegura no tener problemas con ello, el solo hecho de incluir este vínculo queer dentro del relato introduce una capa de representación significativa, pues lo femenino se mantiene como la presencia principal de la cinta, al mismo tiempo que visibiliza las disidencias desde el respeto entre generaciones.
La complejidad de lo femenino en la película se manifiesta claramente en una frase poderosa que dice Paige: “Los nacimientos, el matrimonio y la muerte son trabajo de la mujer”. Esta afirmación condensa una crítica potente al patriarcado desde lo cotidiano, pues apunta a cómo las mujeres han sostenido históricamente los ciclos fundamentales de la vida, como una carga naturalizada e inseparable de su rol. En una película donde la presencia masculina es casi inexistente y las relaciones afectivas más significativas ocurren entre mujeres, esta línea adquiere una fuerza política que trasciende lo anecdótico. El hecho de que el único esposo mencionado sea una figura ausente, casi fantasmal, resalta aún más la centralidad femenina en la estructura narrativa. Esta carga, sin embargo, no es solo individual: el tema generacional opera como otro eje narrativo importante. Ya desde el título —Fréwaka, que significa “raíces”— se anticipa la idea de una herencia que se transmite de mujer en mujer, y que en la película se manifiesta como una maldición.
Este giro adquiere una dimensión aún más perturbadora cuando se revela que Paige es la abuela de Shoo, lo que explica la cercanía entre ambas y el hecho de que ambas estén marcadas por la misma presencia sobrenatural. A partir de esa revelación, comienza la persecución de estas mujeres por parte de las criaturas extrañas. Ninguna puede escapar y ahí radica el verdadero horror: en la imposibilidad de huir de aquello que parece heredado. En un sacrificio inesperado, Paige intenta romper el ciclo protegiendo a su nieta, quitándose la vida. Gracias a este acto, Shoo logra lo que su madre y su abuela no pudieron: escapar —o al menos eso parece— de un destino sellado por una herencia oscura. Su huida de una horda de figuras de apariencia monstruosa queda envuelta en ambigüedad, dejando abierta la pregunta sobre si realmente logró liberarse.
La última escena es la más potente y simbólica de la película, y nos deja con un final abierto a la interpretación del espectador. Tras huir, Shoo se encuentra en un campo, rodeada por figuras encapuchadas. Una de ellas la “corona” con una aureola, dotándola de un carácter religioso. Sin embargo, lo que sucede a continuación rompe con cualquier posibilidad de conciliación con lo sagrado: Shoo llora sangre por los ojos, un detalle que puede leerse como un fenómeno sobrenatural y, al mismo tiempo, como una blasfemia dirigida a la figura de la Virgen, con la que Shoo parece fusionarse. Así, adquieren sentido las múltiples representaciones religiosas que recorren la cinta, y se cierra el arco de la relación de Shoo con esta figura femenina sagrada, una relación también tóxica, marcada por la figura materna. Fréwaka se nutre del mito, de lo religioso y de lo simbólico para articular una crítica feroz al trauma generacional y a la opresión patriarcal, todo envuelto en una historia que se vive como una alucinación maldita.
Sin embargo, la película no cierra del todo con esa imagen, sino que lo hace en medio del paso de créditos. Allí vemos a Mila llorando frente a la puerta roja, suplicando que le devuelvan a Shoo, dispuesta a entregar cualquier cosa a cambio. Esta escena —que podría parecer un epílogo o una escena poscréditos— añade una nueva capa narrativa: remite directamente a la historia de Paige, quien también ofreció a su hija a cambio de su libertad, perpetuando un legado maldito. Con este cierre, que en realidad es una apertura, se entiende que la maldición no se rompe, sino que se hereda. Son las mujeres quienes la cargan, pero también son ellas quienes narran, recuerdan y resisten.
Ficha técnica:
Dirección: Aislinn Clarke / Año: 2024 / País: Irlanda
Elenco: Clare Monnelly, Bríd Ní Neachtain, Aleksandra Bystrzhitskaya, Clare Barret, Charlote Bradley, Tara Breathnach, Grace Collender
Guión: Aislinn Clarke / Producción: Dermot Lavery / Fotografía: Narayan Van Maele / Música original: Die Hexen
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