La restitución es un acto fallido, nada que haya sido movido, trasladado, intervenido, restaurado, vuelve a ser como fue en su origen, la acción ejercida sobre algo, ya lo ha transformado, y por más que la reparación sea un intento de empezar de nuevo, este deseo es un imposible, y es sobre esa transformación, ese fallo y esa imposibilidad que transcurre Dahomey (Mati Diop, 2024).

En este documental, ganador del Oso de Oro en la Berlinale 2024, Diop nos transporta junto a 26 obras de arte africanas en el proceso de devolución de lo robado por Francia al reino de Dahomey, actualmente Benín, pero el hecho de transportar no es gratuito, la directora quiere que compartamos todo el proceso que implica la devolución de estas obras, por lo que nosotros, los espectadores, somo embalados, encajonados y trasladados junto con las estatuas, desde el punto geográfico en el que parten, una Francia que también es posible convertir en suvenir, hasta una África que se complace gubernamentalmente por el regreso de lo amado alguna vez perdido.

Pero esta celebración no es tan simple, porque la identidad siempre está en juego, siempre es posible hablar de ella y ponerla en cuestión, siempre es posible demolerla y volverla a armar (y amar), y ese es el siguiente juego en el que nos introduce Diop, luego de meternos a todos en una caja para atravesar el mar, y preguntarnos, como lo hace la pieza 26, si este lugar en el que habitamos, en donde han puesto nuestros cuerpos, ya sea de carne o de barro, es nuestra casa, y si esta casa, al fin y al cabo es sagrada.

El siguiente paso es mostrarnos que no, que nada es sagrado, que el expolio, la violencia y el saqueo no crean una identidad más fuerte, sino que la fisuran irremediablemente, por lo tanto, todo lo que viene después solo es performance. Y Diop nos la muestra, no solo en el largo proceso de inventariado y embalaje de las piezas repatriadas, sino en la multiplicidad de voces, ruidos, abucheos y risas que surgen alrededor de una asamblea que busca responder lo inasible: ¿abrazamos estas piezas o están completamente desfiguradas?, ¿quiénes la abrazan y por qué?, ¿pone en valor nuestra patria y, por ende, nuestra identidad?, ¿o pone en valor las negociaciones políticas y, por ende, intereses subalternos?, ¿disfraza el colonialismo del siglo XXI de geopolítica buena onda?, ¿o hay capacidad de ir contra el celebratorio discurso oficial?, ¿vale la pena negar su importancia?, ¿o qué tal si de paso hacemos la revolución?

No hay nada más real, más constante y más perdurable en las culturas que hacer que nuestros dioses y nuestros muertos hablen, que algunos tengan el monopolio de la certeza, de la legitimidad y del dogma es otro tema. Diop no nos está vendiendo gato por liebre, nos está dando lo real, no hay irracionalidad en la voz de Gezo, lo irracional está en un poder que avasalla tanto que hace posible que un pueblo celebre por tan poco, porque lo contrario los seguiría hundiendo en la tristeza.

Y, sobre todo, nos muestra cómo la identidad puede traspasar las fronteras, puede encerrarse en una caja, puede viajar en patera, puede venderse a los turistas encima de los puentes, puede estar en niños que nunca verán las piezas que guardan su pasado, en jóvenes universitarios que deliberan con pasión, en adultos que han perdido su capacidad de rebelión y en una mujer que sueña a la orilla del mar.

Ficha técnica

Dirección y guion: Mati Diop / Género: Documental / Duración: 67’ / País: Senegal / Idioma: Inglés, francés y fon / Reparto / Intervenciones de Dowoti Desir, Micheline Ayinon, Bicarel Gnikpo, Nadia Vihoutou Kponadou / Voz: Lucrece Houegbelo, Parfait Viayinon, Didier Sedoha, Sabine Nassegande Badjogoumin / Música: Wally Badarou, Dean Blunt / Fotografía: Josephine Drouin Viallard / Compañías Coproducción Senegal-Francia-Benín;  Les Films du Bal, Fanta Sy / Distribuidora: Les Films du Losange

Vero Ferrari