En 1992 el antropólogo francés Marc Augé desarrolla el concepto de no-lugar como critica a la modernidad tardía, haciendo referencia a aquellos espacios carentes de identidad y que convierten al individuo en un sujeto anónimo. Treinta y dos años antes del surgimiento de esta idea, Billy Wilder se anticipaba de una forma cuasi perfecta con el estreno de su película El Apartamento (The Apartment, 1960). Siguiendo el ejemplo de su maestro Ernst Lubitsch, utiliza la ciudad de Nueva York como reflejo de un lugar solitario, impersonal y alienante para presentar esta comedia dramático-romántica. En ella nos plantea la vida de un oficinista promedio, C.C. Baxter, de una compañía de seguros que cede su apartamento para que sus jefes puedan verse con sus amantes a cambio de un ascenso. Esta primera presentación, inspirada en la película Breve Encuentro (Brief Encounter, David Lean, 1974, EEUU), se oscurece cuando Baxter descubre que su jefe (Jeff D. Sheldrake) se cita en su apartamento con la ascensorista (Fran Kubelik) de la que está enamorado.

La historia que revela las contradicciones del sujeto en el capitalismo se construye a través de personajes imperceptibles que buscan un lugar con su nombre, mientras que otros, más reconocibles, anhelan pasar desapercibidos.. Esta dinámica se articula gracias a un guion impecable, escrito por Billy Wilder y I. A. L. Diamond, que funciona como la espina dorsal de todo el desarrollo de la puesta en escena presentado en la película. Es a través del personaje de Baxter donde da cabida el desarrollo de esta idea. Este presentado en un gran plano general de la oficina, nos advierte de la deshumanización y la soledad que suscita habitar un espacio falto de identidad. El director refuerza esta idea al mostrar una escena en la que Baxter mueve la cabeza al ritmo de la calculadora. Siendo así, ¿qué diferencia puede existir entre un sujeto y un objeto si ambos realizan la misma acción? Uno de los rasgos distintivos es la presencia o ausencia de conciencia: mientras el sujeto percibe y reflexiona, el objeto simplemente ejecuta una acción cuando es manipulado por una fuerza externa. De esta forma, podría considerarse que, en la primera parte de la película, Baxter actúa como objeto, siendo usado por sus jefes a cambio de un despacho con su nombre, algo fácilmente reemplazable. Sin embargo, en la segunda parte —cuando descubre que Sheldrake se está viendo con Kubelik en su propio apartamento—, Baxter empieza a recuperar su propia conciencia y moralidad. Va a ser el apartamento, mediante una puesta en escena que profundiza en sus elementos, quién actúe como subtexto emocional y situacional del personaje. Puede verse a través de diferentes detalles presentes en el apartamento -unas chinchetas que sostienen un poster en su pared, una raqueta para escurrir espaguetis o la falta de servilletas, entre otras- los que nos descubra ante un lugar inhabitado y cuidado únicamente para el uso de otros. Hecho que cambia justo al romperse el eje disruptivo de la trama en donde el apartamento, a conciencia de Baxter, es habitado y deshabitado.

La lucha entre espacios e identidad resuelta un eco de la realidad social actual, llevando al espectador a un lugar incómodo al preguntarse: ¿Realmente hemos cambiado? ¿O seguimos atrapados en las mismas tensiones? O, como advirtió Cameron Crowe en su libro Conversaciones con Billy Wilder (1999): “¿Existe una comedia dramática, triste y amable, que mejor represente la vida norteamericana contemporánea? Es posible que, dentro de muchos años, la respuesta siga siendo no.”