Un fotógrafo, en medio de una celebración oficial en la Isla de los Faisanes, que tiene un arreglo político singular, pues medio año es gobernada por España y el otro medio año por Francia, encuentra un cadáver flotando en el río Bidasoa el mismo día del traslado de poderes de un país al otro, por lo que se encuentra en un limbo, pues ningún país quiere hacerse cargo de él. ¿Pero a qué se debe este desprecio hacia un ser humano que en algún momento tuvo proyectos de vida que fueron truncados? A que es un migrante africano y su vida vale menos que la de cualquier europeo.

Esa es la premisa principal del director Asier Urbieta, para desarrollar una historia sobre migración, miedos y solidaridad enmarcados en la vida de una pareja interracial compuesta por Laida (Jone Laspiur) y Sambou (Sambou Diaby), quienes tienen una vida “tranquila” en Irún, en la zona fronteriza entre España y Francia, hasta que una situación los obliga a tomar decisiones divergentes que ponen en riesgo su relación. Frente a la posibilidad de que dos personas se ahoguen en el río, Laida salta a rescatarlos, mientras Sambou se queda mirando, totalmente bloqueado, incluso a pesar de que la vida de la misma Laida está en peligro de muerte. Ella puede salvar a uno, pero el otro se pierde en la corriente.

Pongo “tranquila” entre comillas porque, a pesar de que Sambou haya nacido en Irún y sea un ciudadano español, el color de su piel hará que siempre sea un sospechoso de querer quedarse en una tierra que no le pertenece. Sambou está integrado en su comunidad, ha crecido ahí, habla euskera, tiene un trabajo en donde puede desarrollar su talento artístico, un grupo de amigos con los que hace deporte y con quienes sale a tomarse unas cervezas, una novia que lo ama, y todo aquello que algunos podrían señalar como objetivos cumplidos en la vida, pero su afrodescendencia es constitutiva para desatar una ciudadanía de segunda categoría y para vivir un miedo que solo duerme en las noches.

Asimismo, la fantasía de Laida de vivir en un lugar “ideal” se rompe frente a la presencia de la muerte y su incapacidad de hacer algo contra ella. Laida, a diferencia de Sambou, es una ciudadana plena por el color de su piel, ella puede arriesgarse no solo a perder la vida en un instante, sino también a castigos sociales y legales, pues no será tratada de ninguna forma como una persona de color y sus problemas, incluso graves como el delito que se le quiere imputar de tráfico ilícito de personas, estarán mediados por la empatía y la solidaridad gremial entre personas que se consideran iguales.

Hay dos conciencias en la película y las dos están mediadas por las condiciones materiales en las que se han desenvuelto sus existencias, mientras Laida nunca ha vivido el racismo y siempre ha sido merecedora de derechos, pues nadie ha hecho el menor intento de negárselos o quitárselos, Sambou vive el racismo las 24 horas del día, él no puede olvidar quién es, pues la policía fronteriza, cada noche, se lo hará saber; sus amigos, al llamarlo “Iñaki”, que es como se llamaba tradicionalmente a los africanos que iban a trabajar al País Vasco, le estarán recordando siglos de migración; no puede olvidarlo, tampoco, porque a su alrededor, personas como él deambulan buscando una oportunidad para mejorar sus vidas, solas, pasando frío, con la muerte de alguien amado taladrándoles el corazón, extrañando a quienes han dejado y soñando con cambiar sus vidas en medio de la indiferencia social.

Mientras Laida puede dejar el trabajo para embarcarse en la búsqueda del cadáver y del hombre a quien ha salvado, Sambou tiene que hacer dobles jornadas para entregar a tiempo los pedidos. Mientras Laida puede sentirse bien consigo misma por haber actuado correctamente, por haber sido valiente y porque su compromiso ha ido más allá de ese momento hasta incluso producir un acto considerado delito por las leyes; Sambou tiene que vivir su rutina, seguir trabajando, llegar todas las noches a su casa a esperar que la actitud culpabilizadora de Laida lo lacere y le haga sentir vergüenza de sí mismo, aunque él sabe, interiormente, que no tiene que avergonzarse de nada, porque esa vida en el río corría tanto peligro como su vida en la tierra.

La puesta en escena de Urbieta hace referencia a los film noir escandinavos en donde el paisaje frío y desolado, sumado a los ritmos lentos, contribuyen a generar un ambiente opresivo en donde los dilemas morales tienen tiempo de macerar el drama de la pareja protagónica a través de las miradas y los silencios, mientras en paralelo se desarrolla una trama de suspenso, que es la que vive Nassim (Ibrahima Kone), el joven que ha sido salvado, que ha perdido a su mejor amigo en el río y que se enfrenta a las condiciones de desprotección que viven los migrantes de esa zona en España, a pesar de pequeños gestos solidarios de algunas organizaciones y activistas (Itziar Ituño en un pequeño papel). Nassim no solo es perseguido por la policía migratoria, sino también por malos elementos de su propia comunidad que aprovechan su desprotección para vulnerarlo.

La isla de los faisanes es un alegato para mirar aquello que no queremos mirar, para involucrarnos con quienes están más desposeídos y para tratar de entender las razones de quienes arriesgan sus vidas en un instante y de quienes las arriesgan toda la vida.

Vero Ferrari